Faltaban todavía dos paradas para llegar a casa, el autobús con el ritmo habitual no hacía sino más que pararse constantemente, la gente bajaba y subía con una cierta prisa general que aumentaba en la misma proporción que la temperatura. Yo estaba de pie agarrado a una barra, esperando el momento en el que sería yo el elegido para bajarme, en frente mio una chica leyendo un gran libro. Llevaba unos pantalones granates que le caían anchamente marcando su figura, éstos de tela de punto fino contrastaban con su chaqueta de punto marrón que la envolvía completamente a ella y a su suéter oscuro. Con ambas manos sujetaba un libro enorme que iba leyendo apasionadamente como si por un momento su alma estuviera sostenida por sus manos, letra a letra iba desenvolviéndo una historia que tiraba cada vez más de ella, yo aún de pie y mirando, vi como el sitio enfrente a ella quedaba libre, me senté delante suyo y clavé mi mirada entre sus cejas para intentar comprender durante un momento donde estaba. Ella al notar mi acosadora mirada empezó a ponerse intranquila, y como si yo no lo notará agarró con más fuerza el libro, las palabras empezaban a tropezar, su sangre hervía y en ese momentos nuestras miradas se golpearon.