Bajo el cielo

bajo el cielo de...

14 marzo 2003

Antonio nunca pensó que las cosas llegarían a ser como han sido, ese coche que ahora observa se lo compró hace un par de meses y la chica que le está esperando, ataviada con un ceñido vestido rojo, y unos zapatos la conoció ayer por la noche. Cristina se miraba al espejo de su cuarto y no se podía creer como aquellos kilos que había perdido le podían sentir tan bien, decidió aquel día ponerse aquel vestido rojo que tanto le gusta qué fue con el que conoció a Héctor. Héctor nunca hablaba de si mismo, con su mirada perdida en otro mundo, miraba los días pasar desde el tren de camino a clase, a veces se cruzaba con Ana la revisora. Ana era un chica sencilla, sin muchas complicaciones su afán por ordenar y organizar le había llevado a mantener el correcto funcionamiento de su línea, entre el sur de la ciudad y el oeste, gran multitud de estudiantes cogían ese tren por lo que siempre tenía bastante trabajo, pero era feliz. El acuario de Lorena sin embargo aquel viernes 14 de Marzo estaba muy sucio, quizá era hora de vaciarlo y limpiarlo con la sutileza que le caracterizaba atrapaba uno a uno a los peces, para depositarlos en su bañera. En su bañera se había bañado el día anterior con ella José que era su novio, amigo de Antonio, y que nunca se imaginaria a Antonio con una chica mayor que él.

Héctor aquella mañana se despertó tarde, las 8:15… vaya putada - pensó, sin embargo decidió quedarse cinco minutos más y pedir a su hermano Ricardo que le acercara a clase, Rodrigo puntual como un reloj y en deuda por el fin de semana con su hermano, accedió a llevarle. Héctor a toda velocidad, se duchó y se vistió con aquella camisa roja que sin saberlo, tanto le gustaba a Ana. Cogieron las llaves, Rodrigo se despidió con una magdalena en la boca y salieron, bajaron al garaje entraron en el coche y arrancaron.

En ese momento Lorena, estaba ya de camino a clase en el autobús, miraba impaciente el reloj, ya llegaba tarde… sin pensárselo dos veces, se bajó en la primera parada y echó a correr impregnada con una sonrisa juvenil en la cara. Veía como iban pasando las paradas, y ella corriendo entre los coches dejaba ya atrás al autobús que entre el tumultuoso tráfico en el que el autobús había desfallecido.

Antonio, largó a esa chica en cuanto vio que le iba a durar lo mismo que su última conversación con su madre, que hacía ya tres meses que ni si quiera llamaba, desde que las cosas le iban a él mejor que a su hermano, su madre menospreciaba su trabajo y la nueva situación laboral de Antonio le hizo guardar todos aquellas riñas, en su maleta e irse, primero a casa de un amigo pero en menos de una semana ya tenía alquilado un ático acorde a su nuevo status quo. Sin embargo no saber ni cocinar, ni nada al respecto de las tareas de su figura maternal, hizo que en seguida congeniara con la chica del bar de abajo, Eva a la que todos los días al desayunar le sacaba los colores. Ella estaba locamente enamorado de él, pero las continuas juergas de Antonio y su vida caótica, hizo desistirla a continuar, quizá su vida con Alberto, el chico que iba todos los días a recogerla con la moto sería mejor.

Antonio, arrancó el coche y se dirigió a la primera gasolinera que encontrara, porque la última raya del depósito atisbaba ya una luz roja en la consola central, una luz roja que indicaba una señal como de prohibición, Antonio se sintió culpable, aceleró a fondo y soltó el embrague con una exhalación.

Aún era pronto para que Cristina, saliera a comprar, tranquilamente leía el periódico en internet con una taza carcomida llena de un café insufrible que había calentado, de lo que le sobró del desayuno de ayer, ya totalmente lista decidió quedarse un rato mirando por la ventana viendo como los niños entraban en clase, en un orden aparentemente caótico; Miraba su reloj y veía como todos los días a las 8:19 exactamente el atasco de niños y coches alcanzaba su clímax… todos los días la misma rutina, y sus 27 años ya no eran pocos. Su reflejo en el cristal ya no mostraba aquella niña que estrenó aquel vestido rojo, se acordaba los momentos en el que tumbada en la hierba, jugaba con Héctor, a perseguir nubes… como siempre al final todo acababa en besos y en suaves caricias en los labios que Héctor le daba con la yema del anular mirándola fijamente a sus grandes ojos, y así pasaban las últimas tardes de invierno. Cristina no pudo dejar que una lágrima recorriera su mejilla y fuera a empapar sus labios, que Héctor había recorrido millones de veces.

Lorena ya llevaba más de la mitad del camino, y joder aunque hacía tiempo que no hacia deporte aún podía correr, ya podía ver al fondo los jardines del campus, todos llenos de gente, con prisas, algunas caras conocidas, alguna mirada indiscreta y la gran sonrisa de los jardineros que se quedaban atónitos al verla pasar corriendo como una brisa.

Héctor conducía algo intranquilo, por la densidad del tráfico iba cambiándose de carril constantemente. En un semáforo vio que se bajaba una chica, delgadita, jovial con una carpeta en la mano, que al momento se iba corriendo. En ese momento el semáforo se puso en verde y continuaron su caída libre hacia clase.

Llegó a una gasolinera, Antonio miró con despreció al chico que allí estaba trabajando, llenó el depósito y se lanzó de nuevo a la carretera, eran las 8:20 y aún tenía un rato largo para pasar a casa coger la maleta para irse a Alemania de viaje de negocios, que básicamente se resumía en una comida en el mejor restaurante, una reunión acompañado de una larga cena y la visita a todos los mejores prostíbulos de la ciudad, hasta caer rendido con alguna niña que no hablara su idioma en el hotel más lujoso, que abandonaría en unas horas para volver de nuevo a casa.

Como ya era tarde para seguir de fiesta, decidió ir a darse un baño, en casa, pero no sin antes meterse otro pico más, el último de aquella noche y el primero de ese viernes.

Una chica rompía el paisaje que observaba Cristina, con una cinta roja en el pelo pasaba corriendo entre los coches, parecía con prisas pero sin embargo su ímpetu, arrancó el deseo de Cristina, decidió coger el teléfono y llamar a Héctor, hacía tiempo que no se veían pero aún conservaba la esperanza de que las cosas continuaran como fueron... un tono, dos tonos… todos los momentos que Cristina había pasado con Héctor volvieron a florecer, su cuerpo se estremeció y su corazón acompasado con el tono del teléfono dictaba como debía contraerse su organismo.

Héctor cogió el teléfono, no hablaba nadie sólo una ligera respiración entrecortada rompía el silencio... de repente un ¿Héctor? lejano hizo que reconociera a cristina y por un instante, soltó el volante.

Antonio iba eufórico, aceleraba y frenaba de una manera acompasada, como bailando un vals con el coche, los cambios de marcha eran las notas y la melodía fluía desde unas pequeñas notas iniciales hasta un grito exacerbado que le evitaba oírse a si mismo, cerró los ojos por un momento para sentirse vivo, y de repente sintió el golpe, la dirección de su vida como la del coche le llevaba estrepitosamente contra una chica con una cinta roja en el pelo, todo acabó con un golpe seco y un leve gemido en el la cinta roja, voló hasta posarse delicadamente encima del capó del coche, blanco sobre rojo, rojo sobre asfalto.

El hermano de Héctor no respondía, su cara envuelta en sangre y desesperación hizo que por un momento el mundo se detuviera y pensó que todo sería un sueño, en ese momento empezó a ver todo amarillo un zumbido agudo invadió sus oídos y el tiempo empezó a congelarse, su mirada vacía intentaba enfocar a los ojos inertes de su hermano, su vida se evaporaba, y el grito que se oía a través del móvil que como canción de cuna, adormecía su vida que se escapaba colándose por el teléfono...