Bajo el cielo

bajo el cielo de...

12 mayo 2003

Verano, 1998.

- ¿Cuándo será el fin del mundo?
- El día que yo me muera.

Eso es lo que solía responderme mi madre, pero quizá se equivocaba, ¿o no?, eso es quizá su percepción de la realidad, la de un mujer tosca y muy tierna nacida entre aperos de labranza, que me recordaba cada noche en las que ella me acurrucaba evocando su niñez y contándome hermosas historias de pequeños campesinos que llegaban a poder codearse con noble, esas historia marcaron en mi un deseo, un sentimiento innato de superación que siempre me distinguió entre mis coetáneos.

Hoy 23 de Octubre, se cumplen 53 años de la muerte de ella, con quén nací el dia que ella pereció, desde entonces vivo esperándola pero pienso cada vez con más firmeza que ella me espera a mí, en un paraíso perdido, concebido íntimamente por los dos en el que ella y yo pasamos nuestros mejores momentos de nuestra corta e intensa vida en común. Mi amada tenía 19 años cuando la conocí y yo 21, eramos muy jovenes pero nuestros deseos en común eran tan fuertes, que marcaron mi vida y la suya. Desde aquel 17 de febrero mi vida cobró al fin sentido, en una arboleda espesa bañada en una luz tenúe procedente del agonizante atardecer del solo, estaba ella, delicada y dulce, esperando algo o quizá a alguién que podía ser yo.

Ella tenía un rostro juvenil con unos penetrantes ojos verdes y un pelo corto oscuro, q adornaba sus labios, formando una cascada de belleza en el que los dos grandes ojos formaban dos grutas profundas y sus labios una gran roca donde su pelo se precipitaba llorando sobre su tez blanquecina. Su cuerpo delgado y delicado incitaba al culto y su cuello totalmente desnudo mostraba con orgullo lo que fué una muestra divina.

Yo al sentirme inundado de gozo y belleza me quedé paralizado pero en mi interior inquieto como un perro que espera su sustento de la mano de su amo, mi alma me incitaba a acercarme a ella pero mi cuerpo y mis músculos, se tornaron a convertirme en estatua de sal, en la que cualquier intento fútil de movilidad me llegaría a quebrarme y desmoronarme.

Pasaron 26 días, en los que yo sin falta me dirigia a la arboleda para poder observarla y estudiarla como cualquier astrónomo estudia una estrella, siempre ella repetia su mismo recorrido que duraban en tre 20 y 40 minutos en los que paseaba y al final descansaba sentada sobre una fuente, jugando con el agua dulcemente en la que sus frágiles manos, rompían el ritmo tranquilo de la fuente y la convertía en un mar de excitación. Yo procuraba que ella no se sintiera observada pero siempre ella me delataba con una tierna sonrisa que yo no sabia interpretar hasta que un dia ella se acercó a mi.